Monday, April 30, 2007

De repente y sin avisarle a nadie una niña nació.
Su vida trascurrió como esperaba: la corrieron de las clases de música pero personifico un ratón y un perro en los recitales de ballet, vio telenovelas a escondidas, leyó en la madrugada y fue una fiel amante de los chocolates.
Su vida a los once años era muy distinta de cómo había empezado, aunque muy dentro de ella misma sentía el mismo miedo que sintió a los siete; cuando un monstruo se instaló debajo de su cama.
Claro que ese miedo estaba disfrazado, se mostraba de vez en cuando como enojos sin razón que desembocaba en una larga y amarga competencia de lagrimas (ya saben, a ver que ojo saca mas), ya que a esta edad admitir el miedo al monstruo es admitir tu inmadurez ante un mundo carente de cualquier chispa de fantasía. De repente una lagrima pregunto la razón de su despojo inexplicado del ojo izquierdo. Filomena no supo explicarle a la incomprendida gota la razón, pero esta, nada tonta, rápidamente entendió y le dijo:
-No tengas miedo del monstruo, tarde o temprano a todos les salen alas y se van.
Dicho esto, callo al piso.
Filomena tenía que encontrar la forma de que su monstrua encontrará sus alas, un asunto que consideraba de suma importancia.
Esa noche, esperó a que su madre se metiera a bañar (que es la hora en su monstrua asoma la cabeza), Filomena trató de explicar el asunto de las alas a Rogelía (la monstrua bautizada); pero solo consiguió la preocupación mas preocupable que una monstrua puede tener. ¿Cómo iba a caber debajo de la cama con alas?
-Es que el punto es que no quepas, osea que te vayas. Explicó Filomena.
Rogelia, un poco ofendida volvió a esconder la cabeza puesto que la madre de Filomena había acabado de bañarse.

Esa noche Filomena escribió una carta:

Querida monstrua Rogelia:

No es que te quiera correr de mi cuarto no, no. Lo que pasa es que ya no quiero llorar por miedo.

Atte. Filomena (la niña de arriba de la cama)

A las 12:36 pm del día siguiente un perro le habló
- Escucha niña, tu monstrua te manda decir que llorar no es malo y que eso del miedo tampoco.
-Pero… ¿y las alas?
-Esas vendrán cuando estés lista, y no son de ella ¡son tuyas! Las lágrimas siempre se confunden.

Dicho esto, Filomena cumplió 19 años; lloró, gritó, rió, besó, corrió, bailó, amó, esperó, giró, cambió y analizó pero sobre todo extraño a su monstrua; y fue en ese momento, justo ahí, en ese segundo, donde Filomena entendió. Sus alas pronto iban a llegar y ella no las quería recibir. Por supuesto la idea de tener alas la emocionaba. Pero con ellas llegaban estas cosas de la madurez, que no le resultaban ni tantito divertidas. Esa montrua a la cual una vez corrió de su cama (sin siquiera ofrecer el closet); era lo único que no quería perder

2 alcachofazos:

Paiki said...

Mi mostro (si, mostro, asi se llama) sigue abajo de mi cama y me acompagna a todas partes, creo que en realidad nunca se ira. Y las alas...no urgen.

Wu* said...

ohhh creo que no tuve infancia...